jueves, 21 de octubre de 2010

A Monseñor Romero (1)

No se puede negar la semilla que fecundó los campos,
la que hace florecer la vida desde la miseria misma,
la que se convierte en flor en la tierra árida,
seca, 
agrietada de tanta sed:
                                                        La esperanza.

No se puede callar la voz que grita la vida,
la que dice verdad,
la que quita miedos,
la que libera,
la que defiende,
la que acusa:
                                                        La denuncia.

No se puede callar la música que emitió tu corazón,
la que sonó en medio de la tempestad,
la que fue aliento en medio del ruido de balas y helicópteros.
la que arrulló al pulgarcito,
la que hace soñar valentía:
                                                       La calma.

No se puede ignorar la verdad que gritaste
en las catacumbas que por momentos fue El Salvador,
la verdad que Dios puso en tus labios para escucharlo claro y sencillo;
el Dios que alzo la voz y hablo como un salvadoreño más con acento migueleño,
el Dios que promete quedarse entre nosotros...
el Dios que te permitió ordenar en su nombre que ¡cese la represión!
aunque eso te sentenció una bala en el corazón:
                                                        El compromiso.

No se puede haberte conocido e ignorarte,
no se puede haberte conocido y no recoger tu legado,
no se puede haberte conocido y no amarte,
no puedo yo haberte conocido como te conocí
-cuando ya tu cuerpo reposa en el suelo de una catedral- 
y no amarte como te amo yo:
                                                        El abrazo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario