viernes, 5 de junio de 2015

El último abrazo

El silencio duele por demás
cuando el límite de lo soportable prende de un frágil hilo
al filo, inclusive,  del bien y el mal sin cruzar el cerco.
Esta noche no hay un vaso de cerveza para mi
ni estoy en la lista de espera del libro a devorar.
Perdón pido a mis oídos trasnochados
perdón a mi abrazo ansiado, sin clausula de devolución en el contrato, que di
no es tan difícil ser la mitad del último abrazo
cuando me he pintado la cara de payaso
puesto la peluca verde en la cabeza
y el tomate rojo en la nariz
para llamar al brillo, y he fracasado en el intento
ni porque aprendí a bufonear con acrobacias de naranjas podridas
para pintar el cielo, y fracasé en el intento...
me quedo, sí, con el vaso de vino rechazado
y el empeño de consagrarlo con el sabor de tu boca
la noche, esa, que nos daba para más si me hubieras mirado a los ojos
¡ah! si me hubieras leído los ojos...
o si al menos hubieran salido las palabras estrujadas en el pecho
entre el miedo y el impulso
en las manos empuñadas bajo la lluvia, aquella, que nos daba para más
y murió en el intento.

Llama a la puerta semi abierta la sensatez
y el ruego a la razón
a plantar postura ante el delirio fraguado
obligado a llenar de color, sobrio, a este monstruo corazón.

De haber tenido el valor de buscarnos las bocas
te hubiera lamido las alas cansadas y luego disfrutar de su vuelo,
de haber tenido el valor de encontrarnos los labios
te hubiera yo,
sin pacto ni tregua,
comido los labios,
besado el anhelo y satisfecha sonreír cuando lo perseguís.

Soy nada más la mitad del último abrazo
y la gota de vino, sin miedo ni veneno que no murió en en tus labios.


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